29 diciembre 2010

Guatemala

¿Cómo llegamos ahí? La verdad no lo sé. Guatemala está dentro del montón de destinos insólitos pero automáticamente se convierte en imperdible. Si la tuviera que catalogar diría que es una tierra de contrastes. Un País lleno de colores pero áreas blanco y negro. Guatemala es increíble por sus paisajes y real por sus peligros. No estábamos solas, éramos tres argentinas con un grupo de cuatro australianos un perfecto complemento cultural y de fuerzas. Ellos eran nuestra protección y nosotras sus traductoras. Nunca imaginé que esto iba a ser así.

Camino a Flores, nuestro primer destino, iba adelante sentada al lado del conductor. El hombre, ya no recuerdo su nombre, rezongaba de su gobierno y me adelantaba información sobre la corrupción y el peligro de la zona. Guatemala estaba pasando por manifestaciones y protestas sociales porque el gobierno renovaba el contrato de explotación petrolera a una multinacional y los ciudadanos acusaban al Presidente Colóm de corrupto. El chofer no obvió ningún tipo de dato ni detalle.

Recorrimos vastos kilómetros de selvas, otros kilómetros de tierras desmalezadas, pasamos por varios basurales y también por zonas rurales que denunciaban la pobreza extrema en la que viven muchos guatemaltecos. Luego de cuatro horas aproximadamente llegamos a una estación de servicio, ahí se nos abalanzaron varios niños con bananas, plátanos y otros frutos deshidratados para la venta.

Tras varias horas de viaje llegamos a la zona urbana. Apenas entramos a Santa Elena, comenzaron a visualizarse los tuk-tuk taxis con tres ruedas y toldo blanco. La calle se iba poblando de comercios y circulaban más autos y peatones. Lo llamativo fue que todos, pero todos, portaban armas. De una forma ú otra se las arreglaban para cargarlas: en el bolsillo de adelante, colgando del cinturón o en la cintura del pantalón. Entonces le pregunto al chofer “¿acá todos pueden cargar armas?”, y me respondió que sí. “Acá te defendés solo, y la justicia no puede hacer nada porque nadie dice ni ve nada…”

Así fue la entrada a Santa Elena pero una vez que cruzamos a la Isla de Flores, nos sentimos más seguros. Una patrulla de aproximadamente doce soldados armados con ametralladoras marchaban por las calles y el hostel había cerrado las rejas de la puerta. Podíamos estar tranquilos.

A pesar de este comienzo blindado, los paisajes que recorrimos y los lugares que visitamos nos hacían olvidar de aquello que nos daba miedos o inseguridades. Una selva tupida, extensas parcelas de tierra donde no faltaba ninguna variedad de verde, diferentes aves sobrevolaban los caminos. Caminos de tierra que se perdían entre las lomas de las montañas y que volvían a aparecer a la lejanía. Conocimos Semuc Champey, las Ruinas de Tikal, Antigua y el lado Atitlán. Cada lugar con un paisaje místico y especial, con características únicas e irrepetibles. Con personajes propios de cada zona pero con la calidez de la gran Guatemala. La gente guatemalteca es humilde, atenta y perceptiva. Saben a quién hacerle un descuento y a quién cobrarle de más. Conocen a su turismo porque es una gran fuente de dinero.

Mientras íbamos de un lugar a otro, veíamos mujeres que llevaban sus canastos en las cabezas y muchas de ellas eran seguidas por niños con las mismas habilidades. Siempre de punta en blanco, con largas polleras y camisas de encajes de estridentes colores. En los almacenes se veían tertulias de hombres que descansaban a la sombra. Todos volteaban para mirar pero sólo algunos respondían el saludo.

Vuelvo al comienzo, un destino inusual pero imperdible. Un territorio de gran pobreza económica pero con gran fortuna cultural. Cuando de noche te aterra, de día te obnubila. Con la dictadura del narcotráfico y la democracia de etnias. Con los colores de la naturaleza y la oscuridad del sistema. Con todo esto, Guatemala se convierte en un destino al que muchos no van por respeto pero al que todos quieren volver porque con un sólo viaje no alcanza.

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